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Inicio Opinión

Caminar la senda laboral desde la “mochila austríaca”

redacción Por redacción
9 febrero, 2022
en Opinión, Opinión
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Caminar la senda laboral desde la “mochila austríaca”

Cuando buscamos encauzar, de una manera más optima, nuestro proyecto de vida, procuramos buscar el camino que nos aleje de los aspectos negativos y que potencie, de una manera razonable, incluso cordial, las vertientes positivas de nuestro día a día. Pues bien, si somos capaces de hacerlo como individuos, con acuerdos voluntarios, en lugar de poner en práctica la inevitable coacción de los mecanismos institucionales, mucho mejor para atenuar esas cuestiones negativas a las que hacía referencia antes.


Gran parte de nuestra existencia la gastamos, iniciando caminos nuevos en busca de unas metas a las que llegar, en forma de retos o aspiraciones. Nuestra intuición en perfecto matrimonio con nuestro criterio, nuestros valores mimetizados con nuestra educación y nuestras aspiraciones amparadas por nuestra capacidad serán nuestra brújula.

No podemos negar que, en infinidad de ocasiones nos inquieta dar ese primer paso, ante lo que intuimos que puede ser un largo sendero que nos llevará a la cima. Muchos obstáculos están desperdigados por la tortuosa senda, pero debemos de tener capacidad de decisión y de elección para que dichas piedras no nos hagan tropezar, y abandonemos por lesión o por desesperación.

Esa maquinaria normativa, a veces, ese entramado de intereses, las otras, a la que llamamos “instituciones de poder”, gestiona subsidiariamente, por delegación de todos (¿contrato social?) ciertos servicios que consideramos esenciales y que “financiamos” gracias a nuestro esfuerzo diario. Si ese Leviatán nos tiene que prestar algunas asistencias vitales ¿Por qué no exigirle que lo haga mejor?

Un ejemplo de cómo se pueden aunar las necesidades sociales con la planificación estatal, reforzando la esfera de los trabajadores, lo encontramos en la denominada “mochila austríaca”. En el año 2003, el gobierno austríaco diseñó un fondo de capitalización individual, que está formado por la aportación de los empresarios, y que utiliza parte del salario bruto del trabajador. Esta “hucha”, llamémosla así, que tiene el nombre y apellidos del asalariado, supone una inversión, y es gestionado por una entidad financiera concertada por las partes.

En el caso de que el trabajador sea despedido, no recibe indemnización, sino que se activa ese fondo, pudiendo hacerlo efectivo inmediatamente, o guardarlo para el futuro como complemento a su pensión
Gracias a esta mochila, en Austria, durante el año 2016, han obtenido una tasa de paro entorno al 5% y la cifra de trabajadores con contrato temporal ha rondado el 9%, con una tasa marginal entre hombres y mujeres de 0.4% aproximadamente.

Primera piedra en el camino: Problemas “al final” de la vida laboral

Con la vista puesta en la meta de nuestra trayectoria como trabajadores, nos encontramos con un problema, larvado desde hace, aproximadamente, veinte años: ¿cómo sostener nuestro sistema de pensiones? El actual, llamado “de reparto” se basa en la solidaridad intergeneracional, y surgió en la Alemania de Bismarck. Los trabajadores y empresarios actuales aportan dinero a las arcas de la Seguridad Social para sufragar las pensiones que se cobran en este momento. Es decir, no están pagando sus propias pensiones, no es un sistema de capitalización, ni de seguro. Las pensiones del futuro, se pagarán, de la manera y forma que el gobierno “del futuro” encuentre más eficaz. No existe un contrato, estamos a merced de la incertidumbre. Ya existen señales claras en nuestro sistema que alertan del problema que ocasionarán las pensiones de la generación llamada baby boom con la población activa existente en ese momento.

Nuestra sociedad necesita que estos problemas estructurales se incluyan, con toda la atención que se merecen, en la agenda política. Responsables públicos, trabajadores y empresarios, necesitamos un marco común de compromiso, alcanzable, realista, sin demagogias electorales.

Si crece hierba fresca en forma de nuevas fórmulas laborales, no la cortemos antes de tiempo, permitamos que crezca por si misma. Existen fórmulas viables, en forma de seguro contra el despido, o mochila austríaca en el que se pueden producir aportaciones empresariales a una cuenta individual de cada empleado en la Seguridad Social de la que se conocerá, por parte del trabajador, su saldo en todo momento.

Segunda piedra: Dotemos de recursos los bolsillos de nuestra “mochila”.

Es un hecho conocido por los agentes sociales que las aportaciones por desempleo caen en saco roto si el trabajador no es despedido nunca, por lo tanto, se dotaría de un elemento directo de seguridad al trabajador si se van acumulando con una parte de esas aportaciones que, en el modelo actual, se pierden en un reparto poco visible. Y aquí, se abre un abanico de posibilidades a explorar, como por ejemplo: ¿podríamos emplear el superávit del Servicio estatal público de empleo y reducir las cotizaciones a este sistema de cobertura pública? La idea sería trasvasar de los fondos acumulados del Sepe a los de la Seguridad Social aquellos recursos dinerarios que las empresas cotizan por desempleo, Fogasa (Fondo de Garantía Salarial) y formación profesional.

Estas nuevas ideas permitirán que incentivemos al empresario para que “abra la cremallera de otro bolsillo” de esa mochila, e introduzca una aportación económica, que permita consolidar unos derechos en forma de “capitalización individual”, cuando nuestras obligaciones nos lo permitan.

El empresario con esa aportación adelantaría la indemnización por despido de forma progresiva en vez de tenerla que pagar en el momento del hecho causante, circunstancia que, en muchos casos, provoca el cese definitivo de actividad para pymes, o hipotecarse para poder hacer frente a este gasto.

De forma natural, sin tensión laboral, los trabajadores con menos antigüedad tendrían las mismas oportunidades que los más antiguos, porque el despido sería de igual importe en ese momento, para ambos. No se despedirá al que menos tiempo lleva, sino al que menos produce, incluyendo un incentivo positivo que actuaría como elemento impulsor de la reforma. Estamos en el siglo XXl y en la era de la competitividad. La globalización demanda una sociedad ambiciosa, preparada, sin complejos y dispuesta a seguir progresando. De ahí el reto del trabajador de superarse día a día en su empresa o en otro proyecto.

Tercera piedra: Que sea ergonómica para empresarios y trabajadores.

En muchas ocasiones, dentro de los avatares y dificultades que se producen en el seno de las empresas, los emprendedores tienen muchas dificultades para optimizar su plantilla, prescindiendo de las personas menos productivas, que no han demostrado objetivamente un rendimiento adecuado, por la falta de liquidez para hacer frente a las indemnizaciones, y sufren sus consecuencia aquellas personas que se han incorporado después aunque tengan un compromiso contrastado, mejor cualificación o mayor implicación.
Son situaciones que no ayudan a la evolución positiva del mercado laboral en España, y como sociedad, tenemos que ser conscientes del colapso que se crea en la dinamización del empleo, sin olvidarnos nunca de las garantías que se les deben garantizar a los trabajadores por cuenta ajena.

Es nuestro deber como servidores públicos, dotar a la sociedad de pesos y contrapesos, de elementos que doten un equilibrio a los trabajadores más productivos frente a los más antiguos, para ser más competitivos, y ya tenemos ejemplos comparativos de otros países que ya lo hacen (véase el caso de Letonia o Irlanda).

También debemos crear herramientas para la sostenibilidad, en forma de menos obstáculos burocráticos o bonificaciones fiscales a los emprendedores para hacer frente a situaciones de riesgo en su saldo económico.

Estar equipados con esta adaptación de la mochila austríaca, sistema de cuenta individual de capitalización, propuesta por Ciudadanos desde el año 2016, y repetida sistemáticamente en todas las legislaturas, supone una fórmula que nos ayudaría a trazar el camino de nuestra vida laboral, aportaría una “flexiseguridad” al mercado de trabajo y las plantillas de las empresas se adaptarían mucho mejor ante una bajada de ventas. Ya no existirían techos de cristal por culpa de la inviolabilidad del individuo que ocupa un puesto de trabajo, dentro de la empresa, desde hace más tiempo que otro.

Ante una crisis o una bajada de ventas por las circunstancias que sean, la empresa debe continuar siendo viable, solo así, protegeremos a sus trabajadores. De ahí la importancia que supone una mejor previsión sobre los costes laborales, gracias al sistema de mochila austríaca, al permitir el aprovisionamiento desde el primer día, de una parte del coste de un hipotético despido.

Sin apenas presión en el mercado laboral, se irán igualando los contratos indefinidos a los contratos temporales, acabando posiblemente en un contrato único. Todos los trabajadores serían indefinidos desde el primer día sin fecha de caducidad y si el trabajador sufriera una interrupción del contrato por cualquier causa, pondría decidir si cobrar el contenido de la mochila o seguir acumulándolo para el futuro. Las costuras de la mochila, valga el símil en esta cuestión, contaría con la suficiente calidad para acompañar toda la vida laboral del trabajador e incluso legarla a las generaciones siguientes, convirtiendo este gesto, en una garantía de sostenibilidad y viabilidad del sistema para generaciones futuras.

Hasta aquí una explicación, en cierto modo, plausible para el colectivo empresarial y su viabilidad como motor del empleo, pero… ¿y para el trabajador?

Intentemos ponernos en la piel de un asalariado prudente, que se decide a promocionarse y a afrontar el riesgo de dar el salto a un nuevo reto laboral. Se preguntaría: ¿Por qué me tiene que penalizar el tener más de un pagador en un mismo año fiscal? Por esta y otras preguntas, tenemos que crear certezas, en forma de medidas concretas y útiles, en el marco de una sociedad de oportunidades que compense los riesgos y no penalize el cambio. Ese salto a los nuevos retos, supondría que me llevo mi mochila con el saldo generado a la nueva empresa.

Añadamos un incentivo extra con el fomento de la jubilación activa, con la posibilidad de cobrar parte de la pensión y salario en activo. Olvidémonos ya de las jubilaciones forzosas, y de la imposición estatal de retirar de la vida activa a unos trabajadores que, dentro de su libertad individual, puedan decidir cómo y cuando jubilarse. O la opción de no hacerlo nunca.

A favor de este marco casi utópico estaría un horizonte de dinamismo laboral, igualdad de derechos entre trabajadores y la mejora de la productividad. En definitiva, una mochila “española” de derechos y seguridad, tanto para la empresa como para el trabajador.

Cuarta piedra: Estudio topográfico del camino.

Según un reciente estudio de la consultora KPMG, la población encuentra poco atractiva la situación de jubilación porque inevitablemente, pierde una parte sustancial de su poder adquisitivo. Entre 1985 y 2013 un sector importante del colectivo de clases pasivas perdió un 40% del salario que recibía cuando estaba en activo. Esta circunstancia, irá progresivamente acentuándose con la entrada en vigor del llamado factor de sostenibilidad.

Un reciente defensor del sistema de “mochila austríaca” ha sido el Banco de España, que desde hace unos años, y con más ahínco recientemente, defiende su implantación como una solución al mercado laboral y el problema de las pensiones, como ha quedado patente en el informe anual del 2020 publicado en mayo del 2021.

Como diría Gómez, profesor emérito del IESE Business School, y destacado especialista en el mercado laboral: “se deja de proteger el puesto de trabajo para proteger al trabajador”. Un discurso similar pudimos escuchar en boca del expresidente de Ciudadanos, Albert Rivera, cuando aseguró que “este modelo sería el vehículo conductor para optimizar el gasto en políticas activas de empleo ya que permite que el dinero de la formación quede en manos de los trabajadores”

Políticos de diferentes partidos, tratadistas de distintas tendencias, con modelos de gestión diferentes, empresarios de todos los sectores, fundaciones internacionales, escuelas de negocio y un largo etcétera de profesionales en las ciencias sociales, se han visto atraídos por este sistema de “supervivencia” empresarial y de “autogestión” de las iniciativas y posibilidades por parte del trabajador.

El objetivo, como siempre, es lograr el bienestar de la sociedad, a los menores costes, y con la máxima calidad en los resultados. El Estado, en su papel de facilitador de la vida de la gente, tiene que abrir caminos de sostenibilidad, tanto al empresario como al trabajador, para recorrer con garantías la trayectoria laboral de los ciudadanos. Es el deber institucional irrenunciable, porque ni el empresario ni el trabajador, hoy en día y con este diseño estructural, tienen herramientas propias para iniciar otra vía para la excelencia en las relaciones laborales.

*Fuentes consultadas: Medios de comunicación “Economía”, “Autónomos y emprendedores”, “Europa Press”, “Ultima hora”, “ElSaltoDiario.com”, “El Blog Salmón”

Etiquetas: OpiniónRoberto Baldanta

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