Estamos en pleno siglo XXI, viviendo algo que años atrás sólo veíamos en las super producciones estadounidenses. Una pandemia global que va a cambiar nuestras vidas para siempre, y que ha puesto a prueba a la ciencia, a los ciudadanos, y por supuesto, a los políticos.
La dificultad de gestionar y afrontar una situación así es compleja, donde la toma de decisiones lleva consigo, por muy buena que sea la intención, un alto porcentaje de error. Pero parece que a esto hay que sumarle, algo que nunca cambiará en la condición humana, hacer oídos sordos cuando algo no nos interesa, o pensar que las desgracias sólo pasan a nuestro alrededor.
Estábamos avisados, ola tras ola del Coronavirus, y ya vamos por la quinta. Y es que pese a estar advertidos, nos gusta volar cerca del Sol. Les explico. La situación actual me trae a la memoria la mitología griega. A Ícaro y Dédalo y a su laberinto de Creta. El Rey Minos les tenía atrapados en la Isla, como el Covid nos tiene a todos, imposible escapar. Dédalo, cual científico actual, utilizó sus conocimientos, era arquitecto, e ingenió escapar por aire, ya que Minos, hacía imposible la huída por tierra y mar, y empezó a fabricar unas alas para él y para su hijo. Las hizo a base de plumas uniéndolas con cera, dándoles una curvatura perfecta para facilitar el vuelo.
Un plan, con pocas pruebas y muchas dudas, pero al menos ilusionante y la única esperanza para poder escapar de allí. ¿Les suena? Nuestras alas hoy en día son las vacunas y hacer caso a los consejos de los expertos.
Volvamos a Grecia, una vez acabadas las alas y con todo listo, Dédalo dio a su hijo solo dos instrucciones, por un lado, que no podía volar a mucha altura, porque el sol derretiría la cera de las alas, y por otro, que no fuera muy bajo porque la espuma del mar mojaría las plumas, y lógicamente en ambos casos caería.
Llegó el momento y levantaron el vuelo, pero la euforia pudo con el joven Ícaro, que al sentirse libre, aleteo y aleteo, subió y subió, haciendo caso omiso a los consejos de Dédalo. El sol derritió sus alas, Ícaro intentó mantenerse en vuelo pero ya no tenía plumas suficientes, y cayó desapareciendo en el mar. Tenemos las alas señores, y estamos advertidos. Hay que volar, pero ojo con hacerlo, demasiado cerca del sol, o no escaparemos nunca.
Juan Ignacio Ocaña
Periodista. Presidente de la Federación de Asociaciones de Radio y Televisión de España