Estuve hace poco en Alcalá, la Complutense de verdad, y tras comprar unas almendras garrapiñadas como cualquier turista de medio pelo en un convento que, a través del torno, me hizo recordar que en lo escondido hay siempre una gran verdad que no necesita lucirse pero que, frecuentemente, constituye una base sólida para un resto de esperanza que, a algunos, nos queda.
Este día, tan contradictorio como casi todos los demás, escuche dos mensajes en la tele. El uno, de una representante de la llamada izquierda, lucidora de sujetador en los tiempos pretéritos, empeñada en colgar en el Ayuntamiento de Madrid la bandera arco-iris para celebrar un día de no se qué clase de orgullo como si el consistorio fuera el banderín de enganche de una nueva sociedad a la medida de la minoritaria extrema izquierda.
La otra intervención, de la presidenta de la Comunidad consistía en estar en desacuerdo en todo lo que fuera a proponerle el presidente del Gobierno habida cuenta de lo actuado hasta el momento en materia autonómica y municipal.
Así las cosas, tal vez deberíamos llegar a los acuerdos mínimos que hacen una convivencia amable como, por ejemplo, calcular los años que nos quedan y, en función de eso, cooperar en hacer más digerible la contradicción que consentimos en nuestras vidas y mirar arriba y de frente para amar y ser amados.
Enrique Quesada
Periodista
@EnriqueQuesada