La guerra de Ucrania nos ha dejado (por el momento) un par de frases para la historia. La primera fue pronunciada en un islote perdido frente a las costas de Odessa, llamado la Isla de las Serpientes. Allí se encontraba un pequeño destacamento de fuerzas ucranianas viendo como amanecía otro día aburrido, cuando avistaron una flota rusa que les conminó, por radio, a entregar la plaza. Los ucranianos, posiblemente inspirados por el general Cambronne en Waterloo, mandó a los rusos a tomar por saco. Los que no murieron fueron enviados a un campo de prisioneros ruso. Casualmente, el barco que lideraba aquella flota era el Moskvá, buque insignia de la flota del Mar negro, hundido por un misil ucraniano unas semanas más tarde.
La otra frase fue pronunciada por el Presidente Zelensky, a los pocos días del inicio de la invasión rusa, cuando el mundo entero pensaba que Kiyv caería en una semana. A los americanos, que le proponían extraerlo de su país para que no cayera en manos de los carniceros de Moscú, les contestó que lo que necesitaba eran armas, no un taxi. Así empezó la forja de un héroe. Desde entonces, Zelensky ha demostrado ser un jefe de guerra ejemplar y un guía para su pueblo en tiempos terribles.
En 2017, pudimos asistir en directo a la actuación del anti Zelensky. El “molt honorable” Puigdemont declaró la independencia de Cataluña, la canceló a los pocos segundos y salió corriendo a esconderse en el maletero de un coche para escapar a… Waterloo, justo donde el arriba mencionado Cambronne había preferido la muerte al deshonor.
Muchos dicen que la invasión de Ucrania por las hordas rusas se justifica porque Ucrania siempre ha sido parte de Rusia y nunca ha existido como nación. El concepto de nación es complejo. Es difícil de definir y a menudo se apoya en elementos subjetivos que no aguantan un análisis medianamente serio. Por eso creo que, en el fondo, la prueba del algodón de una nación es la sangre. No el grupo sanguíneo, sino la sangre vertida. Yo no conozco la historia de Ucrania – como, probablemente la desconocen los defensores de la invasión rusa – pero sé que los Ucranianos han demostrado al mundo que son más nación que cualquier otra de este planeta, porque se están sacrificando por su país. Desde aquellos emigrados que volvieron a Ucrania desde el primer día, a luchar por su tierra, hasta todos los que han entregado su vida o su integridad física, pasando por los habitantes de las ciudades que aguantan estoica y heroicamente la oscuridad y el frío causados por los bombardeos rusos, los ucranianos demuestran al mundo que su nación sí que existe y que no quiere ser rusa.
¡Que diferencia entre la dignidad de aquella anciana de Bucha que acaba de identificar los restos de su hijo sacados de una fosa común, y aquella catalana que, en 2017, sacaba a pasear sus dedos supuestamente rotos por la policía fascista española para impedirla votar, cuando todo era una puesta en escena! ¡Qué diferencia entre el destacamento de la isla de las Serpientes que elige luchar hasta el final y Oriol Junqueras que le ruega al gobierno español que le saque de la cárcel! Oriol, si us plau, si el gobierno español es tan malo, no debes aceptar nada de él, ni siquiera una amnistía. Pero, ¡claro!, es difícil ser un héroe cuando hay que alimentar ese corpachón. ¡Qué diferencia entre aquellos ucranianos que volvieron a su país a luchar y esas lloronas separatistas a las que les faltó tiempo para largarse a Suiza, Escocia o Bélgica! Unos se volatilizan ante el 155 mientras otros acuden a la trinchera a detener las divisiones rusas. Unos huyen ante los antidisturbios mientras otros machacan a los mercenarios de Wagner. Unos ponen lacitos, mientras otros reparan centrales eléctricas bajo una lluvia de misiles.
¿Nacionalista? Sí, pero dentro de un orden. De nueve a cinco y e lunes a viernes. Y mientras me llegue una subvención.
Los americanos dicen: “you talk the talk, can you walk the walk?”.
A mi me parece más elegante Lope de Vega: “Obras son amores que no buenas razones”.
José Luis Vilallonga
@JoseVilallonga