Desde hace ya un tiempo, la mayoría de nuestros movimientos, esfuerzos, planes o proyectos de vida están predefinidos por los lastres de la gestión social de terceros. Terceros que dejamos campar a sus anchas y cada cierto tiempo les reforzamos en sus puestos o cargos, lo hacemos tragándonos sus injurias sociales como vermut de mañana de domingo.
Una gran parte del esfuerzo de nuestros días se dedica a la amortización de los errores de los gestores de lo público y éstos a su vez, consideran que todo vale. Pues no, se terminó el no exigir el respetuoso dialogo, el no exigir el respeto social y la humanización de lo que afecta a los ciudadanos. Son éstos últimos los que han de tener la opción de decidir sobre los modos y formas de recuperar, abrillantar y exponer nuestro pasado. ¿Es mi país un ejemplo de dignificación de su historia? Posiblemente no lo sea, pero es nuestro país, al que tenemos que sacar lustre y hacer que vuelva a tener su propia soberanía.
El culmen de la inducida pérdida de nuestra común identidad empezó cuando nos hicieron creer que era más efectivo y productivo que nuestras necesidades vitales de consumo cotidiano las cubriesen a más de 9.000 kilómetros de nuestro país, España. Quizás nunca fuimos los que nos hicieron creer que éramos y lo que puede ser más preocupante, nunca seremos lo que nos dijeron que seriamos.
Cierto es que, tenemos un nuboso horizonte de referencia, de no empezar a remar hacia nuestra salvadora orilla. La orilla de creer en lo propio, la de la acción humanizadora en todos nuestros gestos, la de pedir, por activa y por pasiva, que nos respeten por lo que somos y no por lo que suponemos. Llegados a este punto, se me plantean una serie de cuestiones tales como: ¿Por qué es que la política tradicional no abrazan la verdad de las cosas? ¿Por qué será que la política tradicional cada día es más fangosa y se quiere apropiar de los caminos hacia la estabilización?
Es posible que la política tradicional este desajustando el sistema. Sistema que ya no tiene capacidad –si alguna vez la ostentó– de proteger lo más básico la dignidad de las personas y la erradicación de los odios sistémicos y supremacistas. A mi modesto entender, nos encontramos en mitad de un camino hacia ninguna parte, en mitad de un océano que no divisa orilla, donde ni siquiera se indica el camino de la estabilización.
Debemos fijar un camino y no un destino, será este camino el que fragüe el objetivo final de nuestro destino, solo la robustez de una acción de lealtad humanitaria, pensado en lo humano, hará que la solidaridad de los estamentos gubernamentales puedan ser efectiva. Por último, debemos pedir responsabilidades a todos aquellos que todavía nos quieren ocultar el camino de nuestra recuperación como personas, que empezó a perderse en marzo del 2019.
Enrique Morago
Consultor energético
@Enriquemorago