Hace unos días me senté ante mi ordenador para escribir una crónica sobre las últimas fechorías perpetradas por Pedro Sánchez y sus secuaces. Como ya es costumbre en este Circo, el artículo estaba redactado en un tono irónico, sarcástico, jocoso, o como lo quieran llamar ustedes. La verdad es que me había salido bastante bien y, modestia aparte, tenía su gracia. Para el título dudaba entre “entre pillos anda el juego” y “granujas a todo ritmo”, en recuerdo a aquellas grandes comedias de mi juventud: “trading places” y “Blues Brothers”.
Como saben, siempre he sido partidario de usar la burla contra los adversarios. Recuerdo, de pequeño, en los últimos años del franquismo, ver en una pared madrileña una pintada que decía: “Franco, gordito”. Estoy seguro que al Caudillo, si la hubiese llegado a ver, le hubiera sentado fatal. Desde luego mucho peor que si le hubiesen llamado dictador. Lo de dictador era una descripción acertada del personaje y acorde con sus objetivos. Lo de “gordito” dolía, ya que atentaba contra su imagen pública y contra su ego. Cada pequeño rasguño en la imagen de un dictador es un paso hacia la caída de este.
Total, que me quedé releyendo el escrito, satisfecho del resultado. Pensaba que, todos los columnistas, periodistas, blogueros, podcasteros y políticos de bien, ya estaban diciendo todo lo que se podía decir sobre el último atropello de Sánchez a nuestra democracia, y que poco podía yo añadir a tanto comentario indignado, sabio, culto y razonado. Como siempre, mi modesta contribución se limitaría a ridiculizar a este personaje y a sus ayudantes.
Sin embargo, no terminaba yo de sentirme cómodo con lo que tenía frente a mis ojos. Algo fallaba. No me convencía. No sabía que era lo que no pegaba, pero no me decidía a enviarlo a mis queridos lectores. Entonces caí.
La última tropelía de Sánchez es la que colma la paciencia de todo demócrata, la que da la puntilla a la dignidad de un ciudadano, la que no puede aceptar un hombre libre. No me sentía de humor de mofa. Esto era demasiado serio como para ser tomado a cachondeo.
Desde el pucherazo de Sánchez en las primarias del PSOE, este personaje infame ha ido descubriendo sus intenciones. Poco a poco, pero sin pausa, ha mentido a sus electores, ha engañado a los españoles y ha traicionado nuestra Constitución. Es posible que, como aquella rana que se deja escaldar si se le calienta el agua poco a poco, nos hayamos dejado hacer sin reaccionar. Es posible que nos hayan anestesiado los casos de corrupción y la Pandemia. Es probable que, acostumbrados a la vida plácida y sin sobresaltos de una democracia madura, en el seno de la UE, hayamos pensado, “esto aquí es imposible”. Es cierto que nunca quisimos escuchar a nuestros hermanos venezolanos y que siempre tratamos como a Casandra a todos los que nos avisaban de las intenciones de Sánchez. Es probable que nos hayamos acostumbrado a tanta mentira, y que la trampa de hoy nos haya hecho olvidar la de ayer, perdiendo así todo sentido de perspectiva.
Pero ya nadie puede engañarse, ni jugar al avestruz. Nadie puede decir que “esto aquí no puede ser”. “Esto” estuvo a punto de “ser” en los EEUU el seis de diciembre de 2021. La semana pasada, unos descerebrados lo intentaron en Alemania. En 2017 “esto” ya ocurrió en Barcelona. Aquí, “esto” sí que puede ser.
Y está siendo…
Sánchez ya ha dado todos los pasos para destruir nuestra Constitución por la puerta de atrás, para satisfacer sus intereses que no son otros que perpetuarse en el poder. Para ello no ha dudado en pisotear nuestros derechos, en corromper los controles del poder gubernamental que deben proteger nuestra democracia contra la tiranía y en pactar con todos los enemigos de nuestro país.
Si, a estas alturas, alguien duda que el objetivo de Sánchez es perpetuarse en el poder cueste lo que cueste, caiga quien caiga, es que no vive en este mundo.
Ha llegado la hora de reaccionar. Pacíficamente, legalmente, pero debemos reaccionar, porque de lo contrario no nos podremos quejar cuando un día despertemos y nos demos cuenta de que estamos en Caracas. Mientras tengamos la fuerza y la posibilidad de hacerlo, debemos pararle los pies a este tirano que está creciendo por días, ante nuestros incrédulos ojos.
Ya le dimos una lección al sanchismo en las últimas elecciones autonómicas de Galicia, Madrid, Castilla y León, Murcia y Andalucía. Es decir casi veintidós millones de personas han rechazado mayoritariamente a Sánchez. El próximo mes de mayo, podemos conseguir que más de treinta y cinco millones de españoles rechacen mayoritariamente a Sánchez. Podemos conseguir que casi todas la comunidades autonómicas de España rechacen mayoritariamente a Sánchez. Podemos conseguir que un grandísimo número de ayuntamientos rechacen mayoritariamente a Sánchez.
Entonces, los secuaces y voceros de Sánchez podrán decir que estas eran elecciones locales. Podrán pretender que las generales son otra cosa. Podrán llamarnos taberneros. Podrán decretar la alerta antifascista. Pero no podrán negar la evidencia de que la inmensa mayoría de este país quiere que se vayan.
Entonces se le podrá exigir adelantar elecciones. Entonces, quizás se podrá soñar con una moción de censura. Entonces, quizás algunos ediles, concejales o diputados socialistas empiecen a romper filas, por la cuenta que les trae.
Pero antes, los que defendemos nuestra constitución y nos negamos a agachar la cabeza y a dejarnos pisotear por unas minorías que pretenden controlar nuestras vidas, debemos convencernos de ir a votar, aunque estemos con cuarenta de fiebre o con una pierna escayolada. El próximo mes de mayo nadie debe quedarse en casa.
Pero, sobre todo, antes de ir a votar, los constitucionalistas debemos unirnos. Los reinos de Taifas solo favorecen al tirano. Esto incluye a los votantes del PSOE, que seguro que los hay, que deben asistir atónitos al golpe de estado por fascículos que está perpetrando su jefe de filas en su nombre. Esto incluye a los barones del PSOE que deben hablar y actuar, si no quieren pasar a la historia como cómplices del tirano.
Si no conseguimos entender eso, estamos perdidos. Sucumbiremos a la tiranía de Sánchez y sus secuaces.
Todos los demócratas constitucionalistas españoles, desde aquellos socialistas que por ahora callan, hasta Vox, deben alzar sus voces al unísono hasta conseguir un clamor tan fuerte que ahuyente al tirano y a todos aquellos que intentan someter a la mayoría de este país.
Pero son los líderes quien deben dar el ejemplo olvidándose de sus riñas y ambiciones para unirse y dirigir un movimiento ciudadano que detenga este atropello.
Nuestro ¡Basta ya! Debe ser un clamor ensordecedor que se oiga desde Cabo de Gata hasta el cabo Finisterre, desde las Marismas hasta el Maresme y desde Tarifa hasta Jaizkibel.
¡Basta ya!
José Luis Vilallonga
@JoseVilallonga