Hace un par de días me llevé una alegría. No hace falta mucho para llevar la alegría a la casa del pobre y en mi caso fue suficiente una gorra. Sí. Una gorra. Una gorra de tipo proletario jubilado que se va a jugar a la petanca con los amiguetes del Imserso. Es decir, la gorra que llevaba puesta el trilero de la Moncloa en su visita a Marrakech.
Cuando vi la foto del vendedor de Sepu paseando entre encantadores de serpientes ataviado con tan paleto tocado, inmediatamente me vino a la mente la imagen del hombre jugando al dominó con viejas glorias del partido en algún bar del (ex) Cinturón Rojo. Pensé con regocijo: “¡se nos jubila!”.
Pero, de la misma manera que hace falta poco para llevar la alegría a casa del pobre, esa misma alegría dura poco en casa del mismo pobre. Rápidamente entendí que la gorra de Sánchez no respondía a ningún deseo de jubilación, sino que reflejaba lo hortera que es el pavo. Ya solo me quedé con la esperanza de que, harta de la flauta del moro y enfurecida por la presencia del paleto coronado, le saltara al cuello una de esas cobras del Atlas que abundan en aquella plaza tan fea que es la Jamaa el Fna. Pero llevo dos días siguiendo con atención las noticias y no ha salido por ninguna parte que el trilero haya sucumbido al veneno de un reptil, después de horas de atroz sufrimiento. Por lo tanto, al menos que haya intervenido la censura monclovita, parece que, esta vez también, mi gozo acabará en un pozo.
He leído que el viaje de Sánchez al moro responde a su deseo de hacernos una butifarra a todos los que le hemos pedido explicaciones por sus desventuras rifeñas. Creo que el análisis es erróneo. El trilero ha bajado al reino del sur a perfeccionar su técnica de engaño con los flautistas embaucadores de bichas. Todo conocimiento es poco antes de colocarnos su inminente acuerdo con el golpista separatista prófugo de la justicia española.
El futuro de mi país pasa por los más variopintos tocados. Ya sea la gorra de currela del trilero, la coleta del Cheposo, las ondulaciones de la Barbi roja, el flequillo del Gordo, el tupé de Ladrón, perdón, digo Rufián, o el mocho de Waterloo. Para que luego digan que en España no tenemos cabezas importantes.
Y, cómo no se me ocurre nada más interesante que comentar sobre la política española, me voy a la playa, que por fin ha salido Lorenzo. Por lo menos ese no lleva nada raro en la cabeza.
Les deseo a todos un feliz fin de semana agosteño.
El Circo Continúa…
José Luis Vilallonga
@JoseVilallonga